De la calle Wangfujing a la plaza de Tiananmen

Estamos a punto de aterrizar en Pekín y empezamos a ponernos algo nerviosos. Por fin llegamos a China, pero seguimos sin saber muy bien lo que vamos a encontrarnos una vez bajemos del avión. ¿Será muy grande el tan temido choque cultural? ¿Sabremos hacernos entender a pesar de la barrera del idioma? ¿Serán ciertas todas esas historias que se cuentan sobre la censura y el férreo control policial y militar? Ya falta poco para poder responder a nuestras dudas y comprobarlo en primera persona.

El vuelo ha sido bastante agradable, a pesar de las muchas horas que dura. Además, hemos disfrutado de unos paisajes asombrosos a través de la ventanilla del avión: el desierto de Gobi cubierto de nieve es sencillamente impresionante. La nieve se mezcla con las dunas de arena, y también atravesamos agrestes zonas montañosas. Merece la pena perder algunas horas de sueño y no quitar ojo a lo que dejamos atrás desde el avión.

Pekin

Desierto de Gobi

Tras perder un día por el camino debido al cambio horario, aterrizamos en Pekín el día 26 de diciembre a las 9:30 de la mañana. El avión se detiene en la pista y nos apresuramos a recoger nuestras cosas, muy emocionados. Nada más poner un pie en la escalerilla del avión nos quedamos helados. Hace un frío tremendo y está nevando un poco. Nos montamos en el autobús que nos llevará hasta la terminal y por el camino contemplamos uno de los aeropuertos más feos y desolados que hemos visto nunca. Todo es gris y marrón, muy deprimente. El trayecto se nos hace larguísimo, parece que el aeropuerto es gigantesco.

Finalmente llegamos al edificio correcto y nos toca hacer cola para pasar los controles de inmigración. Vamos con un cierto miedo por si hay algún contratiempo y no nos dejan entrar en el país, o peor aún: la policía nos detiene por algún motivo absurdo y nos tenemos que enfrentar a la temida «justicia» del país. Pero no sucede nada de eso. El funcionario de turno no sabe lo que es una sonrisa, pero nos deja pasar sin poner pegas. Localizamos nuestras maletas y antes de abandonar el aeropuerto nos acercamos a una ventanilla donde cambiar algo de dinero.

Para llegar al centro de la ciudad cogemos el tren Airport Express. Durante el trayecto observamos el paisaje por la ventana. Seguramente en otras épocas del año no sea tan deprimente, pero en invierno la imagen que nos ofrecen los alrededores de Pekín es bastante triste. La vegetación está toda marrón, como quemada por el frío, y los árboles han perdido todas sus hojas. Hay pequeños retazos de nieve sucia que se mezclan con el barro del suelo. Los edificios de viviendas son todos grises y monótonos, y los coches circulan por las carreteras que van paralelas a las vías del tren.

Finalmente llegamos a nuestro destino, la estación de Dongzhimen, donde hacemos transbordo al metro. Todo está limpio y reluciente, y al descubrir lo sencillo que es utilizar el metro de Pekín nos animamos un poco tras esta primera toma de contacto, que de momento ha sido bastante decepcionante. Lo primero que nos llama la atención son los exhaustivos controles de seguridad que hay que pasar en todas y cada una de las estaciones de metro. Hay que quitarse los bolsos y mochilas y pasarlos por un escáner de rayos x como los de los aeropuertos. Esta primera vez nos hace gracia, pero al final se hace muy pesado tener que estar haciendo lo mismo varias veces cada día.

En las máquinas expendedoras compramos unos billetes sencillos (hasta el día siguiente no compraremos unas tarjetas recargables que nos permiten ahorrarnos algún que otro yuan) y bajamos al andén. Como no es hora punta no hay demasiada gente y podemos viajar sin ningún agobio. Todo el sistema de metro de la ciudad es muy nuevo y moderno, y da gusto utilizarlo. Lo que notamos enseguida es que absolutamente todo el mundo va pegado a su teléfono móvil. Solo algún señor mayor que sin duda proviene de la China rural no lo usa, pero el resto del vagón está completamente enfrascado mirando la pantalla de su móvil. Es algo tan exagerado que nos llama muchísimo la atención.

Otra cosa que pronto notaremos es que los transbordos suelen ser muy largos y hay que andar mucho para cambiar de una línea a otra. Al principio no importa demasiado, pero cuando uno está agotado de tanto caminar ya es otro cantar.

Finalmente nos bajamos en la estación de Dongsi, la que queda más cerca de nuestro hotel, situado en la calle Wangfujing. Nos instalamos y aprovechamos para descansar un poco antes de empezar a explorar la ciudad. La ventana de nuestra habitación da a una calle bastante importante y nos entretenemos viendo el ir y venir de vehículos y peatones.

Pekin

Después de un rato, salimos por fin a la calle. Aunque nos hemos abrigado con camisetas y mallas térmicas debajo de la ropa, pronto asumimos que vamos a pasar frío durante toda nuestra estancia en la ciudad. Ir sin guantes se convierte en una pequeña tortura, y cada vez que hay que quitárselos para hacer una foto nos lo pensamos dos veces.

Callejones de Pekin
Enseguida nos llaman la atención los callejones de la ciudad.

Resignados, y esperando entrar en calor a base de caminar, nos vamos dando un paseo por la calle comercial Wangfujing. Nuestro hotel se encuentra en el extremo norte de esa calle, en la esquina con la avenida Dongsi, así que vamos andando hacia el sur hasta llegar al tramo de calle que es peatonal, a partir de la calle Donghuamen.

Todo está lleno de tiendas y centros comerciales gigantescos al estilo occidental. Hay carteles luminosos y luces por todas partes, y por un momento se hace imposible creer que China siga siendo un país comunista, ya que todo allí incita al consumismo más feroz. Las tiendas son de las mismas marcas que podríamos encontrar en cualquier ciudad europea y nos entristece la homogeneización cultural que tiene como consecuencia el capitalismo desenfrenando y la globalización mundial.

Poco antes de llegar a la zona peatonal, nos topamos con la iglesia católica de San José, de ladrillo gris y con una pequeña plaza en la parte delantera, en cuyo centro se alza un árbol de Navidad para los feligreses católicos que celebran esta festividad. No hay que olvidar que en China la Navidad no se celebra oficialmente, pero se nota su progresiva apertura a Occidente y al turismo extranjero, ya que algunas tiendas se han decorado para la ocasión.

Iglesia de San José Pekin

No nos cuesta demasiado encontrar el acceso a través de un arco profusamente decorado al mercado de comida callejera de Wangfujing. Aunque se supone que es por la noche cuando el mercado está en todo su apogeo, al mediodía también es de lo más bullicioso. La gente se agolpa frente a los puestos de comida y hay veces que apenas podemos ni acercarnos. Los olores son intensos y pronto se nos hace la boca agua. Como es la hora de comer y tenemos hambre decidimos comprar alguna cosa.

Este mercado es famoso por su comida exótica. Enseguida vemos los primeros puestos donde venden toda clase de bichos. Los escorpiones y una especie de larvas o gusanos son los más populares. También hay estrellas y caballitos de mar, ensartados en palos a modo de crujiente pinchito. Yo quería probar el caballito de mar, pero la verdad es que tienen un aspecto un tanto reseco y pronto descarto la idea.

Finalmente nos decantamos por unos pinchitos de carne de cordero que nos cuestan 10 yuanes. Los pedimos sin picante y nos ahorramos que el cocinero los reboce con guindilla. El pinchito está delicioso, es muy tierno y muy sabroso, y vamos comiendo mientras seguimos caminando, al igual que todo el mundo.

Mercado de Wangfujing Pekin

Aunque este mercado es muy popular entre los turistas extranjeros, nosotros apenas vemos ninguno ya que estamos en temporada baja.

Me he tenido que quitar el guante de la mano derecha para poder comer con comodidad y cuando me lo voy a poner otra vez porque se me están helando los dedos, me doy cuenta de que lo he perdido. Desandamos un poco el camino, pero no lo vemos por el suelo. Así que nada más empezar el viaje ya me he quedado sin guante.

Abandonamos la infructuosa búsqueda y seguimos caminando en dirección a la plaza de Tianamen. Me tapo la pobre mano helada con la manga de mi camiseta en un vano intento para que no acabe congelada.

Avanzamos durante lo que nos parece una eternidad hasta llegar a los controles de seguridad que hay en el acceso a la plaza de Tiananmen. Este es nuestro primer baño de realidad con respecto a lo mucho que vamos a tener que andar en esta ciudad. Nos parece que hemos avanzado muchísimo, pero al mirar el mapa vemos que apenas nos hemos movido del sitio. Sobre el papel parece que todo está muy cerca, pero nada más lejos de la realidad.

Estamos caminando junto a una ancha calle llena de coches y en medio de una nube de polución tóxica que forma una niebla bastante espesa. La visibilidad es pésima, y además el aire se nota cargado de suciedad al respirar. Nos tapamos la nariz y la boca con la bufanda para respirar lo menos posible toda esa contaminación.

Al fin llegamos a los controles policiales y la pequeña cola de gente que hay avanza muy deprisa. A través de un paso subterráneo accedemos finalmente a la famosa plaza de Tianamen. Aunque se trata de una plaza pública, el acceso no es libre y eso nos choca bastante.

Lo primero que nos llama la atención sobre la plaza es lo grande que es (no en vano es la mayor plaza pública de China y del mundo, con sus 440.000 metros cuadrados). Se trata de una enorme extensión de hormigón completamente llana delimitada al norte por la Tiananmen o Puerta de la Paz Celestial, y al sur por la Qianmen o Puerta del Sur.

Plaza de Tiananmen Pekin
La Puerta de la Paz Celestial, al norte de la plaza, con el famoso retrato de Mao.

Al oeste se encuentra el Gran Palacio del Pueblo y, al este, el Museo Nacional de China. Se trata de dos enormes edificios de estética soviética, que encajan bien con el aire austero y un tanto sombrío de la plaza.

Tras la nube de contaminación que tamiza la luz del sol se levanta el Gran Palacio del Pueblo.
Tras la nube de contaminación que tamiza la luz del sol se levanta el Gran Palacio del Pueblo.
Museo Nacional de China Pekin
El Museo Nacional de China.

En el centro de la plaza se levanta un obelisco, el Monumento a los Héroes del Pueblo. Y un poco más al sur se encuentra el Mausoleo de Mao Zedong, donde reposan los restos embalsamados del padre fundador de la República Popular China. Quizá lo más popular de la plaza sea el retrato de Mao que cuelga de la puerta de Tiananmen y que nadie deja sin fotografiar.

En primer plano se alza el Monumento a los Héroes del Pueblo, y tras él se encuentra el Mausoleo de Mao Zedong.
En primer plano se alza el Monumento a los Héroes del Pueblo, y tras él se encuentra el Mausoleo de Mao Zedong.

La plaza pasó tristemente a la historia por la llamada «masacre de Tiananmen», cuando en 1989 el ejército cargó con sus tanques contra un grupo de estudiantes que protestaban en la plaza reclamando democracia.

El lugar está bastante concurrido pese al frío. La presencia policial y militar es continua, y tenemos cuidado al sacar fotos para que no piensen que los fotografiamos a ellos (cosa que podría suponernos serios problemas). Buscamos un buen sitio para sacar algunas fotos, todo bajo la mirada impasible de los soldados que montan guardia junto a la bandera china que ondea en el extremo norte de la plaza.

Plaza de Tiananmen Pekin

Pekin

En un momento dado se nos acercan dos chicas chinas y nos empiezan a hablar en inglés. Ya habíamos leído sobre este tema mientras preparábamos el viaje, y ahora lo experimentamos de primera mano. Es uno de los típicos timos que se llevan a cabo en esta zona de la ciudad. Se trata de supuestas estudiantes que quieren practicar su inglés con nosotros (pero que en realidad intentan atraer a los turistas desprevenidos a alguna galería de arte donde les querrán vender alguna obra a un precio exagerado), pero fingimos que no entendemos el inglés y cuando se dan cuenta de que somos españoles nos dejan en paz enseguida. Otro timo habitual consiste en atraer a los turistas a un salón de té donde les presentarán una factura enorme al ir a pagar. Se trata de rechazar amablemente su oferta, y al poco rato se darán por vencidos y os dejarán tranquilos.

Estamos muertos de frío y el jet lag nos está pasando factura, así que decidimos emprender el camino de vuelta al hotel. Subimos por Nanchizi Dajie, una calle que va bordeando la Ciudad Prohibida y que está llena de pequeñas tiendecitas para turistas que le dan un poco de ambiente. Al otro lado de la calle aparecen los callejones de los hutong, muy deprimentes y sucios.

Hutong Pekin

Continuamos andando hacia el norte durante un rato interminable hasta que nos topamos con Donghuamen Dajie, y nuevamente nos horroriza comprobar en el mapa lo poco que hemos avanzado realmente. En esta calle también hay un mercado nocturno de comida callejera, pero hay menos puestos que en la calle Wangfujing y los precios son un poco más caros.

Ya es completamente de noche y todas las luces están encendidas. Es muy llamativo el extremo contraste que hay entre los callejones oscuros y tétricos de los alrededores y los letreros luminosos y los carteles publicitarios cegadores que están por todas partes en esta calle comercial.

El arco de entrada al mercado de la calle Wangfujing.
El arco de entrada al mercado de la calle Wangfujing.

Para cenar optamos por volver al mercado de la calle Wangfujing, donde ya hemos comido al mediodía. En uno de los puestos elegimos unos dumplings fritos rellenos de carne y verdura que están muy buenos. Una vez terminamos de comer, de pie y entre empujones, vamos a otro puesto distinto y compramos un rollito bastante grande de pato a la pekinesa que no está nada mal.

Mercado de Wangfujing Pekin

Un ejemplo de la comida que se puede encontrar en el mercado. Algunos escorpiones están todavía vivos y se mueven mientras están ensartados en los palos de madera a la espera de que los frían.
Un ejemplo de la comida que se puede encontrar en el mercado. Algunos escorpiones están todavía vivos y se mueven mientras están ensartados en los palos de madera a la espera de que los frían.

Mercado de Wangfujing Pekin

Como postre compramos un pincho de fruta caramelizada. Es muy típico de allí y los venden por todas partes. Los hay de muchas frutas distintas (fresas, uvas, kiwis, mandarinas…) pero elegimos el del fruto del espino chino, por probar algo nuevo y diferente.

Mercado de Wangfujing Pekin

Son unas bolas de color rojo, con la pulpa de color blanco y unas semillas grandes en el interior. El pincho está recubierto de azúcar y es dulce, pero el sabor de la fruta no nos gusta y lo tiramos a la basura después de haberlo mordisqueado tan solo un poco. Por 40 yuanes en total (poco más de 5 euros) hemos cenado de maravilla.

Ahora sí que nos vamos al hotel. Solo son las siete de la tarde, pero nos sentimos incapaces de seguir despiertos ni un minuto más. Lo malo es que a las doce y media de la noche nos desvelamos y nos cuesta mucho volvernos a dormir.

Ha sido un día genial, pero mañana nos esperan muchas más cosas interesantes en las calles de Pekín y nos morimos de ganas de descubrirlas.

Una respuesta a “De la calle Wangfujing a la plaza de Tiananmen”

  1. […] del que cuelga el famoso retrato de Mao y su principal interés es la vista que ofrece de la plaza de Tiananmen. Lástima que la neblina de la polución nos la […]

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